Llegó el viento de repente a desdudarme prenda por prenda,
acariciando la piel cada vez que soplaba, incluso le besaba.

La piel agrietada, sanaba.

Reí y lloré al mismo tiempo, 
esperaba su llegada por pura casualidad, la pintura fue indicio, 
preámbulo, prólogo de un libro que llevaba cien años sin leerse, palabras que no se escribían hace mucho, miradas fijas incapaz de mirarse.

Cayó el vestido, 
las penas, los miedos,
una cortina de niebla que ascendía desde el suelo envolvía mi cuerpo, 
esa, 
era yo, desnuda llevando el alma gélida, hojas secas y vino agrio, sin embargo,
las dudas cayeron al suelo, las risas despertaron el pelo,
la música encendió toda esperanza. El amor. 

Pinté el cielo y era ella, 
repetidas veces su rostro en mi cabeza. 


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